El único antecedente de una gira de un seleccionado chileno por Europa había sido el registrado en 1955, tras el Mundial de Italia, donde la Roja disputó seis cotejos en la península itálica y en España para recaudar fondos para cancelar los gastos del viaje al certamen.
Ahora el objetivo era pulir a un plantel con miras al Mundial en casa. Con la motivación adicional de demostrar que la incursión previa a San Juan había sido sólo un tropiezo que no reflejaba el real nivel del representativo nacional.
Además, era la gran oportunidad para el portero José Antonio Espinoza ya que Sandro Zolezzi había renunciado al representativo por motivos particulares; y Jorge Andreu estaba en la última fase de recuperación tras su grave lesión.
Además, Sandro Pifferi le puso condimento al periplo al anunciar que esos partidos servirían “para ver a quién le ‘pesa la camiseta’ ya que este grupo está conformado por varias figuras nuevas”.
El lunes 11 de agosto de 1980, casi en silencio, la delegación con once jugadores inició la travesía. Y muy pronto las informaciones que comenzaron a llegar desde el otro lado del Atlántico fueron demostrando que a ninguno de los viajeros “les pesa la camiseta” ya que iban sumando positivos resultados y críticas favorables de quienes observaban cada partido del equipo chileno.
Tras el subcampeonato en el octogonal de Basilea –por diferencia de goles, en favor de España- Mario Spadaro comentó que “en todos los partidos hemos empleado un sistema con excelentes resultados, y que es el 1-2-1. Esto, más el buen estado físico de los muchachos hacen de la Selección Chilena un equipo ideal y uno de los mejores en la historia del hockey nacional”. Los dichos del estratego no fueron antojadizos.
Los triunfos en dos cuadrangulares en Alemania más una correcta presentación en Barcelona reforzaron lo anterior. Se tenía la sensación de contar con un plantel que podía conseguir algo notable en el Mundial.
El detalle estadístico resaltó por su peso específico: 12 triunfos, un empate y sólo dos derrotas. “Un registro sin parangón en la historia del deporte chileno”, se publicaba en la prensa por esos días de agosto.
El detalle exhibía que se había vencido a equipos linajudos como Italia y Alemania, y se le dio complicaciones a España –en una cancha abierta, bajo lluvia y arbitraje a favor del quinteto hispano-.
Las dos caídas tienen su explicación: ante Holanda, en el cierre del octogonal en Suiza, pesó el trajín de los últimos cuatro días más el hecho que sólo un par de horas antes había terminado su lance con el Voltregá. Y ante el Barcelona se vio un quinteto chileno presionando hasta el último segundo a un elenco que tenía a ilustres como Trullos y Pauls.
Además, aparte de los resultados, se consolidó el quinteto titular con Jaime Cabello; Arturo Salvatierra, Eduardo Tapia; René Muñoz y Osvaldo Rodríguez. Dos hombres de Thomas Bata y tres de Pepsi-Ciclón, los dos elencos que disputaron hasta la última fecha el liderato en el torneo Metropolitano.
Ya de regreso, la evaluación del técnico Mario Spadaro resaltó el hecho que sus dirigidos “tuvieron que luchar contra un público adverso y también contra las condiciones climáticas. Jugamos lloviendo y ganamos, actuando en una cancha de cemento no pulido, a la cual no estamos acostumbrados” agregando que “los muchachos mostraron una tranquilidad en los momentos difíciles que me hace esperar con mucha tranquilidad el Mundial. Me entusiasmó el partido en que perdimos con Barcelona, por un gol y perdimos un penal cuando faltaban 45 segundos para terminar el match. Estábamos 4-5 y si íbamos a un alargue te aseguro que ganábamos a una auténtica Selección Española en su casa”.
Lo hecho por los chilenos se reafirmó con el interés que algunos clubes del Viejo Mundo mostraron por alguno de ellos, pero “en estos momentos sólo pienso en el Mundial” expresaba Osvaldo Rodríguez, uno de los que quedó en carpeta de los interesados.
A su vez, el compañero en ofensiva del viñamarino, René Muñoz –que exhibía una cicatriz en la ceja izquierda, una herida de guerra tras el paso de la Roja por Alemania- advertía que “en Europa dan de la rodilla para arriba. Todos meten la chueca con muy mala intención, pero nosotros no nos achicamos. De esta forma vamos a encarar el Mundial”.
Y algunos medios comenzaron a excederse en el optimismo y pasaron a una euforia un tanto desmedida. Como la revista Estadio, que no dudó en presentar, en la crónica que versaba sobre el regreso desde el Viejo Mundo, a los hockistas chilenos como “los futuros campeones mundiales”.