Tras la experiencia en la cita de Sertaozinho, el incipiente hockey femenino chileno aspiraba por su revancha mundialista en el torneo que se jugaría en Buenos Aires, en noviembre de 1998.
Para ello, el club Universidad Católica había llevado adelante un extenso proceso para pulir a sus hockistas. Lo más destacado de aquello era, al no existir una competencia formal en nuestro país, que cada dos semanas el equipo cruzado se trasladaba hasta Mendoza para intervenir en el torneo local. Con ese background, y bajo la dirección técnica de Mauricio Llera, se aspiraba a confirmar todos esos avances en el embaldosado porteño.
Pero cuando el directivo cruzado Pedro Torres acudió hasta la Federación para solicitar el correspondiente permiso, el presidente Gonzalo Reyes no aprobó la moción. Los argumentos que utilizó el máximo directivo fueron prácticamente incontrarrestables: ninguno de los pocos equipos femeninos existentes estaba federado. Por ende, Reyes consideraba que era irregular que al no haber un selectivo, un club –con un par de refuerzos- asumiera la representación del país en un torneo de tamaña magnitud. Peor aún, no estaba de acuerdo en que los propios deportistas y sus familias financiaran el viaje.
Se producen los obvios lamentos, por los esfuerzos desplegados en los meses previos. Sin embargo, la fallida expedición mundialista al otro lado de la cordillera produjo efectos positivos para la incipiente actividad. Porque la Federación llamó a los quintetos femeninos a, justamente, federarse para darle un cauce definitivo al asunto.
De esta manera, formalizan su constitución los clubes Usach, Universidad de Chile, colegio Deutschland, Huachipato y Universidad Católica lo que permitió el inicio de un campeonato formal. Y a pesar de la oposición de otras instituciones que no veían con muy buenos ojos esta incursión de las mujeres en el deporte de los patines y chuecas, por esos días no se vislumbraba, por ningún lado, los alcances que se anotarían en menos de una década después.