El hockey chileno, con poco más de tres lustros de organización, llamaba la atención internacionalmente. En 1950 había cambiado el disco por la bocha, ingresando a la normativa internacional gracias a las recomendaciones del técnico europeo Rafael Casalli, quien tenía a su cargo al recién formado Audax Italiano. Esto convirtió a nuestro país en el primer sudamericano en ajustarse a los márgenes establecidos por la FIRS.
Tres años después, en julio, nos visitó el presidente de la Real Federación Española, Juan Antonio Samaranch “en misión de estrechamiento de relaciones deportivas”. Fue ahí cuando comenzaron las tratativas para que una Selección Chilena interviniera en el Campeonato Mundial. Es más, en noviembre llegaban noticias desde Barcelona –sede de la edición del certamen en 1954- que anunciaban a esta lejana nación entre los participantes.
Así comenzó la tarea para recaudar fondos destinados el traslado hasta el otro lado del océano. Esa fue la labor de los dirigentes encabezados por Carlos Mourgues, mientras que debutaba en cancha la primera Selección Nacional de la historia.
La dirigía técnicamente Enrique Nicolás, quien ya gozaba de un prestigio tras formar al poderoso Thomas Bata que se había llevado los torneos metropolitanos de 1952 y 1953. Fue el cuadro peñaflorino la base de ese inicial representativo, reforzado –entre otros- por el astro que escapaba del marco, el viñamarino Alfonso Finalterri.
Tres amistosos confirmaron que el desarrollo de la actividad había sido positivo. La Roja superó a Argentina (7-3) y Brasil (7-2 y 11-2) en Santiago lo que llevó a anticipar que “el viaje a Europa y la participación mundialista deben ser esperados con la confianza que se cumplirá una campaña lucida”. Sin embargo, se avisó que “los cálculos, por muy optimistas que sean, no dan a Chile más de un sexto o quinto lugar. Si eso se logra, el éxito sería sencillamente extraordinario”.
Pero hay incertidumbre con el viaje. No había suficientes fondos para la expedición. Fueron los jugadores los que juntaron de su propio bolsillo para aportar. Algún particular también participó. “Otros hicieron colectas entre sus parientes y amigos. Se realizaron exhibiciones en ciudades vecinas a Santiago, viajando en camioneta de un sitio a otro, incómodamente, aceptando todas las molestias en aras de la causa común”, se apuntó.
Reunido los dineros, un nuevo episodio casi impidió la salida. Se suponía que la delegación viajaba el 22 de mayo, una semana antes del comienzo del certamen. En un vuelo que venía desde Buenos Aires hasta nuestra capital y de ahí escala en Nueva York para enfilar hacia Europa. Lamentablemente, el vuelo que vendría desde el otro lado de la cordillera se atrasó y con ello todas las conexiones se perdieron. Carlos Mourgues, ante tanto fatalismo, renunció a su cargo de presidente en la Federación.
Fueron los jugadores los que hicieron los contactos para, por un lado, llamar a Barcelona y lograr aplazar el debut de los chilenos; y el por el otro, gestionar un vuelo que salía hacia Buenos Aires y de ahí a Madrid, antes de llegar a la capital catalana.
El desgaste había sido mucho, pero los chilenos lograron llegar hasta la ciudad condal… dos días después de comenzado el certamen. Aun así, se les ofreció las mejores condiciones para ponerse al día. Fue el 3-0 sobre Irlanda –con dos anotaciones de Ignacio Spadaro más el tanto de Benito Diez- el que inició formalmente esta historia.
Esa primera experiencia, que culminó con un honroso octavo puesto, sirvió de confirmaciones para el hockey chileno. Como sorprender con su disciplina en los esquemas tácticos que no eran más que la aplicación de los sistemas del básquetbol. Sobre todo, la “zona” cuando había que defender. Fue así que conjuraron a los portugueses, que habían goleado a sus rivales en la previa.
Sorprendieron también a la prensa internacional, que no ahorró elogios. Como el prestigioso Mundo Deportivo, que publicó: “El quinteto chileno ha resultado ser la verdadera sorpresa de este campeonato, pues nadie esperaba –ni los más optimistas- los buenísimos resultados alcanzados por sus hombres”.
Pero también hubo aprendizaje. Tal como lo esbozó Mario Meza, quien contaba que “la superioridad de los europeos está en dos cosas: en los remates y en el material de juego. En los tiros son impresionantes. Aquí en Chile Spadaro, Finalterri y Rodríguez tienen fama de ser rematadores terribles pero allá eran unos angelitos. Es la enseñanza más valiosa que hemos recibido, de inmediato comenzaremos a ensayar la técnica de tiro europeo, que sin duda es superior. Todos usan el tiro ‘a la pala’, o sea el revés corto, de un toque rapidísimo que le da potencia inusitada”.
Al cerrar, Alfonso Finalterri reflexiónó: “El octavo puesto en la clasificación mundial es modesto y poco dice de la revelación que significó Chile en este torneo. Más vale analizar la campaña cumplida, las performances ante los cuadros de más fuste y las desventajas con que debimos luchar. Fue sensible que no haya concurrido un cronista chileno especializado, para que él con su pluma e imparcialidad hubiera enjuiciado la actuación con su serena tribuna. No suena bien que las alabanzas sean pronunciadas por nosotros mismos , aun cuando no sea más que repetir las opiniones extranjeras”.
Las opiniones extranjeras, en los siguientes mundiales seguirían siendo de acuerdo al tenor de las presentaciones chilenas.