En marzo de 1966 el hockey chileno había sumado su tercer título sudamericano, a nivel de selecciones nacionales, en el certamen disputado en el gimnasio del club Lord Cochrane. Para la anécdota quedó que el trofeo lo ganó Chile gracias a una moneda al aire tras igualar en el partido y en puntaje con los argentinos.
Manteniendo la base de ese plantel, a mediados de abril el plantel comenzó sus prácticas en Peñaflor con miras al Mundial en Sao Paulo. El técnico Domingo Tunzi y su ayudante Camilo Parra convocaron a trece jugadores. Sin embargo, pronto fueron descartados el incombustible Alfonso Finalterri y el goleador de Stadio Italiano, Eugenio Silva.
El estratego Tunzi, previo al viaje, sólo contagiaba confianza. “El nivel técnico está a la altura de los mejores del mundo y lo que para mí es lo más importante es que hemos podido corregir algunos vicios en la tendencia al juego individual para llegar a conformar una fuerza colectiva con mentalidad de equipo” comentaba, agregando que el quinteto jugaría tanto con defensa personal como con defensa zonal bajo el esquema 2-2.
Ya en el país del samba, a pesar de la derrota en el debut con los ingleses se destacó que el equipo nacional fue “efectivo en defensa y ataque, con dominio de patín” agregándose que la Roja cayó “jugando bien ante un rival, insistimos, que está a la altura de los mejores del mundo”.
La derrota con Portugal pasó a segundo plano con la lesión del máximo astro lusitano, Adriao, quien fue sacado en camilla producto de una complicada lesión en la clavícula.
Al día siguiente, un meritorio empate con Italia gracias al, tal vez, más extraño gol que haya anotado un representativo chileno. Lo recordaba, tiempo después, Roberto Vargas al relatar que “promediando el segundo tiempo perdíamos 0-1. En eso se produce un penal a favor nuestro. Ante esa trascendencia, todos se negaron a servirlo. Finalmente, fui designado. Imagínese el momento de tensión, de nervios para no describirlo. Las ansias de lograr el empate me hicieron pegarle con todas mis fuerzas, tiré a matar. Nunca me lo he explicado. Al momento de golpear la pelota se quebró la chueca y una parte de ella salió disparada hacia el arco del meta italiano que, sorprendido, no se preocupó de la pelota. El golpe defectuoso hizo que la pelota saliera despacio. Seguramente, no iba a llegar al arco itálico, pero se avivó mi compañero Carlos Soto que, en reacción espontánea, le dio otro golpe a la pelota para colocar el 1-1 decisivo”.
Un severo traspié se registró con Suiza. Los nacionales ganaban 3-1 al término del primer tiempo. Pero errores y desajustes defensivos facilitaron el 6-3 helvético.
En los últimos tramos lució el triunfo sobre Holanda, donde se escribió que la Roja protagonizó el mejor partido del Mundial “por el dramatismo que tuvieron las acciones”. Hasta el minuto final el marcador lucía un empate 5-5, que Luis Soto desbalanceó.
La clasificación final mostró al equipo chileno en el sexto lugar entre diez participantes. Ubicación considerada como “aceptable”. Sin embargo, se apuntó que el cuadro nacional “pudo, y lo que es más, debió haber ocupado una mejor ubicación. Disputar incluso el tercer lugar que sorpresivamente consiguió Argentina. Nuestro cuadro tuvo un rendimiento muy irregular a lo largo de la competencia”.
El análisis general agregó que había sido un campeonato con esquemas prácticos, dejando de lado el conjunto. Se buscaba con remates de distancia y velocidad en los ataques. Lo anterior lo complementó, en el regreso, Oscar Ahumada quien fue certero al señalar que “seguimos jugando en forma blanca, haciendo cosas interesantes en la cancha pero poco concretas”. De paso, sentenció: “Chile debe dar especial cuidado a los infantiles, tratando de fortalecer físicamente a sus jugadores y permitiendo el juego fuerte en las canchas”.