La sede del torneo se la había adjudicado nuestro país cuatro años antes, durante el certamen realizado en Oviedo. El recién ascendido directorio encabezado por Eugenio Silva, como parte del fomento y desarrollo de la actividad, se había propuesto traer por segunda vez el máximo certamen hockístico.
Entre la confirmación y el comienzo del campeonato el 9 de noviembre en el Patinódromo del Parque O’ Higgins y el gimnasio La Tortuga de Talcahuano, la Selección había anotado el tercer puesto en el Sudamericano de 1977, en el Estadio Chile de Santiago; el Mundial de Argentina, un año después; la medalla de bronce en los Panamericanos de San Juan de Puerto Rico; el título sudamericano en Santos, con victoria sobre Argentina –a la sazón, vigente campeón mundial- por 1-0 en 1979; y una gira previa por Europa con saldo positivo.
Además, y a modo de promoción masiva, se aprovecharon las cámaras de TVN -red oficial que transmitió el Mundial- para organizar un torneo relámpago entre los principales equipos del país que se disputó en un embaldosado ubicado en el sector alto de El Arrayán. Como dato anecdótico, participaron en ese espacio dos adolescentes que apenas podían desplazarse sobre los patines y que se llamaban Viviana Nunes y Paulina Nin de Cardona…
La primera ronda, en el Parque O’ Higgins, dio la lógica con Chile clasificando en su grupo junto a Brasil. Rezagados quedaron Colombia –que debutaba en las lides- y Suiza –que protagonizó un festival de palos en su duelo con los nacionales-.
Tras esos tres primeros pleitos se expuso que “aunque Chile es un equipo optimista, sus propios integrantes no se atreven a vaticinar la obtención del campeonato. La mayoría de los jugadores espera estar entre los tres primeros puestos, vislumbrando la calidad de elencos como Argentina, España, Italia y Portugal”.
Fue el octogonal final en Talcahuano el que provocó un impacto mediático, gracias a las mencionadas emisiones televisivas. Gracias, también, al empate inicial con Argentina –el gol de Eduardo Tapia fue tras una avivada de René Muñoz en un saque libre- y la ajustada victoria sobre Brasil. En medio de las celebraciones, se hacía notar que la Roja si bien disponía de buena técnica “y podía pretender el título, tenía la gran contra de su físico, defecto que habrá que ir corrigiendo pues es un gran hándicap que otorgamos siempre”.
Sin embargo, Holanda se encargó de formalizar “la noche triste” para nuestro equipo. El representativo nacional “estuvo irreconocible” mientras que Mario Spadaro reclamó que sus dirigidos “se desaplicaron después del primer gol y perdíamos la marca, que es nuestro fuerte. Además se confabularon otros factores, como el pésimo arbitraje y la gran actuación que le cupo al portero holandés. Acepto que jugamos mal”.
El desagravio llegó con el ajustado triunfo sobre Estados Unidos –“otro partido que hizo vibrar al público de La Tortuga”– y con un correcto enfrentamiento ante Portugal “con un score que todos tildaron de mentiroso” porque Chile “obligó en varias ocasiones al arquero Ramalhete a notables intervenciones”.
El triunfo sobre Italia permitió afirmar la opción de aspirar al tercer lugar, en un cotejo donde los chilenos tuvieron “frialdad para encarar los momentos difíciles”. Por eso el último encuentro con España tuvo aderezo de tensión, con los argentinos, insólitamente, apoyando a los locales ya que Chile con sólo empatar les permitía a los trasandinos revalidar su título de campeones.
El remate de Jorge Vila Puig le dio la corona a los hispanos y mandó a los locales al cuarto puesto. Lo que vino después de la anotación ibérica fue un escándalo. Para evitar el empate, los españoles recuperaban la bocha y sin vergüenza la tocaban sin salir de su zona. Peor aún, en una actitud antideportiva, incluso retrocedían hasta su arco para esconderse detrás. Todo para ganar segundos.
Eso molestó al público presente en el gimnasio que les lanzó, primero, sonoras pifias. Y apenas terminado el cotejo, las pifias fueron reemplazadas por objetos contundentes, sobre todo monedas, con destino hacia todo lo que fuera español. Incluso, un par de jugadores europeos se guareció bajo el pórtico para evitar lesiones. Tuvieron que ser los propios hockistas chilenos quienes calmaron al público, mientras los flamantes campeones arrancaron hacia los vestuarios.
Debido a lo acaecido en ese pleito la ceremonia de entrega de premios se realizó en el Club Naval de Talcahuano. Y también motivó el nacimiento de la Regla del Antijuego, un par de años después, para evitar planteamientos ultradefensivos como el exhibido por los ibéricos.
En los recuerdos de los aficionados y libretas de los periodistas destacaron como figuras los españoles Carlos Trullols, Jorge Villacorta; los portugueses Antonio Ramalhete y Cristiano Pereira; los argentinos Julio Briones, Mario Agüero y Daniel Martinazzo; el holandés Peter van Gemert; el italiano Giuseppe Marzella; el brasileño Mauricio Barbosa; más los chilenos Eduardo Tapia y Osvaldo Rodríguez.
Entre medio del desarrollo del campeonato, también, muchos niños imitaban lo que veían por televisión jugando en la calle con un palo de escoba y una pelota de trapo o de tenis. Y un mes después, en aquella Navidad, el regalo más solicitado fue… un par de patines.