1986: Más No Se Podía Hacer

Delegación en Sertaozinho. De izq a der: Roberto Vargas B. (DT), Sady Pizarro (dirigente), Ramón Méndez, Jaime González, Jorge Sinsay, Arturo Moreno, Eduardo Cleveland, Marcos Leduoux, Roberto Vargas A., Javier López, Alvaro Carbonell y Aldo Escobar. (Foto gentileza Roberto Vargas Alvarez)
Delegación en Sertaozinho. De izq a der: Roberto Vargas B. (DT), Sady Pizarro (dirigente), Ramón Méndez, Jaime González, Jorge Sinsay, Arturo Moreno, Eduardo Cleveland, Marcos Leduoux, Roberto Vargas A., Javier López, Alvaro Carbonell y Aldo Escobar. (Foto gentileza Roberto Vargas Alvarez)

Lo acaecido en Sertaozinho fue la culminación de una serie de diatribas que ya había perjudicado la expedición a Novara, dos años antes. En aquella ocasión, los jugadores habían logrado superar las peleas directivas y sacaron la tarea adelante. Pero, lamentablemente, en esta ocasión los propios hockistas fueron contagiados por esas reyertas que ocurrían fuera de la cancha. La gran perjudicada, era que no, fue la Selección Chilena.

Para peor, un sector del Periodismo de Deportes tomó parte en el asunto fomentando el insulso argumento de que uno de los errores del técnico de la Roja, Roberto Vargas, había sido incluir en la nómina a su hijo. ¡Insólito! Postulado que, rasgando vestiduras, gritoneaban los críticos del proceso a todos quienes quisieran escucharlo. Cuando bastaba que la prensa profundizara en el asunto y se diera cuenta que esos reclamos eran sólo una fachada para tapar todo el descalabro que había y que ya se extendía por años. Con títulos apocalípticos como “Réquiem Para el Hockey” intentaban explicar lo sucedido.

Pero la tragedia no comenzó con la derrota en el debut ante los ingleses. Comenzó un par de meses antes con la final del Nacional adulto, entre las asociaciones Santiago y Huachipato. La agresión de un acerero hizo reaccionar en bloque a los capitalinos, lo que derivó en incidentes. Tras eso fueron suspendidos algunos jugadores santiaguinos más el directivo Gabriel Santos. Ante eso, y agregando presión al cuerpo técnico de la Roja, presentaron sus renuncias, como apoyo a los castigados –con las perspectiva del tiempo, debido a una solidaridad mal entendida-, los jugadores de la UMCE José Antonio Espinoza, Rodrigo Muñoz, Jesús Ayarza y Javier Santos. Y aunque hubo un momento en que echaron patín atrás en su decisión -tras una reunión con el presidente del Comité Olímpico, Juan Carlos Esguep- finalmente, se descartaron de viajar a Sertaozinho. Paralelamente, Osvaldo Rodríguez, tras una positiva temporada debut en el Novara italiano, sólo pedía el seguro que le exigía su club para poder jugar el Mundial. La Federación no hizo caso y el viñamarino no se incluyó en el plantel. Cinco jugadores que podrían haber sido los titulares en Brasil.

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Ante ese asomo de ruido de chuecas, el presidente de la Federación, Leoncio Medina, golpeó la mesa y no aceptó más recados. En simples palabras, al Mundial irían los que querían ir. Y punto.

Con ese escenario, el técnico Roberto Vargas debió echar mano a jóvenes valores que si bien en la escena local habían respondido, tendrían su duro bautizo en la cita planetaria. Cuatro de esos convocados eran menores de 18 años. Ya eso le daba ventaja a los potenciales rivales.

A pesar del adverso escenario, el DT Vargas declaraba que “todos los hockistas están en condiciones de jugar, sin basar su rendimiento en tan sólo cinco deportistas”, agregando que “estar entre los cinco primeros sería un gran triunfo”. Sin embargo, la caída ante Gran Bretaña –pleito donde los nacionales no concretaron las opciones que se crearon- sólo aceleró el naufragio.

En el siguiente duelo ante Brasil, cuando la Roja había equilibrado el trámite con un 3-2 en contra, se dosificó al plantel para intentar mantener el control del juego. Lamentablemente, los más jóvenes no pudieron resistir la presión en un ambiente totalmente nuevo para ellos.  Tal vez, si se hubiera planteado desde un principio el hecho de darles fogueo a los nuevos se habría paliado en parte lo sucedido en Brasil. Pero se les endosó, sin anestesia, una responsabilidad impensada de mantener la categoría.

Consumado el descenso, el técnico Roberto Vargas asumió su responsabilidad. “Después de cada partido tuvimos una conversación técnica para analizar nuestros errores y aciertos. Siempre planificamos lo que podíamos hacer. Si no resultó, fue sencillamente porque física y técnicamente somos inferiores”, señaló, con bases, el estratego.

Sin embargo, los dardos mayores fueron hacia los dirigentes, a todos los dirigentes de quienes se escribe que propiciaron este nefasto capítulo “al fomentar una lucha de grupos por apoderarse de la Federación”.

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Los jugadores fueron eximidos de cualquier evento. “Hicieron lo humanamente posible por salir adelante. Pero técnicamente no dieron más”, comentó, a la prensa, Arturo Salvatierra.

Entre tanto debate bizantino, y titulares de prensa en el tono, el técnico de los portugueses, Jorge Vicente, puso el toque de calma al señalar que “la juventud de Chile conspiró contra un mejor rendimiento”. Simple, preciso, directo.

A modo de epitafio, se redactó que la Roja “no sucumbió por el poderío de sus rivales, sino que por la profundidad de sus desaciertos”. Desaciertos en todo ámbito, faltó escribir.

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