Tras el Sudamericano de Clubes Campeones, nuestro editor se refiere a una utopía hockística que, por el momento, no se puede dar en esta realidad.
HABÍA UNA VEZ…
Había una vez una comarca donde el deporte, en general, formaba parte de la cultura de sus habitantes. Sobre todo, el llamado hockey sobre patines que desde hacía casi 80 años, tras empeños y caídas, había ido escalando popularidad hasta conseguir interesantes resultados cuando enfrentaba campeonatos contra equipos de comarcas vecinas.
Fíjese que en este idílico lugar la competencia hockística tenía una Primera División con 16 equipos, más otra Segunda serie también con 16 clubes. Con cada una de estas instituciones con su propia cancha, por lo que se hacía sentir aquella condición de local con las tribunas. Si bien no estaban repletas en todos los partidos, lo mínimo de asistencia era la mita de la capacidad de cada campo de juego. ¡Ah! Y, al margen de sus competencias respectivas, se juntaban esos 32 quintetos para disputar a mitad de semana la Copa de la Comarca. Por ende, mínimo cada elenco jugaba dos partidos a la semana.
¿Algo más? Como estas competencias se extendían por ocho meses, entre mayo y diciembre, en enero se dedicaba a las vacaciones. Esto, porque en febrero todas estas instituciones realizaban sus pretemporadas, incluyendo partidos amistosos. Marzo y abril marcaban la previa a la competencia oficial con diversos pequeños torneos como la Copa de Campeones –que disputaban todos los que alguna vez se habían adjudicado el título desde 1940- o certámenes internacionales con representativos de las comarcas aledañas.
Nada estaba dejado al azar, la planificación aquella contemplaba hasta el más mínimo detalle. Agregando una exigencia superlativa porque en cada una de esas instituciones sus respectivos dirigentes se preocupaban de entregarle todas las comodidades a sus jugadores –desde equipación hasta preparación física- para que respondieran a la altura de la exigente competencia. Y cuando estos dirigentes se reunían en sus plenarios, de lo único que hablaban era de los planes a mediano y largo plazo. Y si había alguna diferencia de opinión era con altura de miras, en formato constructivo. Nunca se vio una pelea entre dos bandos para determinar cuál de los dos se quedaba con el mando. ¡Nunca! Y todo esto sucedía porque el objetivo supremo era el hockey, era la prioridad principal, única, indiscutible. El resto no existía.
Ojo, que todo lo anterior que se conseguía a nivel casero redundaba en positivos resultados cuando enfrentaba diversas competencias fuera de sus fronteras. Eso le permitía a los equipos de nuestra comarca enfrentarse de igual a igual a representativos de las mencionadas comarcas vecinas, como la Trasandina, que tenían un nivel superior.
Más, si otras comarcas de –se suponía- nivel inferior como la Cafetera o la Celeste estaban empeñados en superarse. Todo eso era motivación extra para nuestra comarca para ser fiel a su historia escrita con los goles y magulladuras de los próceres que antecedieron a los que juegan hoy.
Ni hablar cuando se designaba al representativo de la comarca para competir en el Torneo Planetario de Comarcas: eran nominados todos los que debían estar, los que eran buenos-buenos para el asunto, lo que permitía, mínimo, llegar a semifinales del certamen.
Finalmente, todo lo relatado en estas líneas permitía que los niños que presenciaban y se informaban de todas estas hazañas se entusiasmaran por practicar este deporte, a pesar de que otras disciplinas como el tenis y el fútbol también tenían su arrastre.
Pero, en forma triste, tenemos que aclarar que lo que acabamos de contar es una utopía. ¿Será posible que se haga realidad todo esto alguna vez? ¿O es muy difícil?
Atentamente,
Jorge Rodríguez C.
Felicitaciones por el comentario.