Es el “hombre llave” en el campo de juego, el cerebro del quinteto, el motor que debe tener la mayor claridad para cranear las mejores posibilidades de gol sorteando los marcajes rivales o calmar el trajín con el cuidado de la bocha. Es el llamado medio, símil de “Volante”, “Centro” o “Centrocampista”.
Su evolución estratégica muestra diferencias, comparando lo que se dio en Europa con lo sucedido en nuestro país. En el Viejo Mundo surgieron sus labores casi en forma espontánea al establecerse el Sistema de la Y, para ubicarse en el sector central de la cancha e iniciar el ataque buscando a sus compañeros de vanguardia –dejando la labor defensiva, en forma exclusiva, al solitario defensa ubicado tras de él-.
En el caso chileno, sus funciones nacieron con los primeros tiempos de la actividad cuando se alineaba con tres delanteros –conocidos como forwards-. En algunos equipos, quienes se ubicaban como atacante central –el centro forward– retrocedían algunos metros para oficiar de eslabón entre la zaga y el ataque. Una suerte de balanceador entre los dos aspectos principales de juego.
El primero que lució con esa coyuntura, encarnando el liderato en la cancha adueñándose de los trámites –y apelando a alguna artimaña para desconcertar al contrincante- fue el viñamarino Raúl Garay quien, con la camiseta de Ciclón, aparte de su habilidad con la chueca lució su instinto de improvisación al servicio del equipo. Improvisación, otro de los aspectos que debe tener en su acervo el hockista que oficie esta labor.
Paisano de Garay era Adolfo Schertz, quien también nominalmente jugaba como delantero central en Everton pero que iniciaba su accionar en su campo para llegar al sector rival con bocha dominada, ya sea para intentar la personal o habilitar a su compañero de ofensiva Jorge Azócar. Similar a lo que protagonizaba en la capital Wilfredo Bendeck que –desde la década de los 40 a los 70- manejó los tiempos en Palestino, Audax Italiano, Thomas Bata y Universidad Católica. Ambos establecieron los parámetros para esta labor como la pausa, visión de juego –directa y periférica- y la mencionada improvisación para resolver en el momento.
Como ya se esbozó en párrafos anteriores, este jugador es el puente entre defensor y delanteros. Con el primero, debe tener la complementación para cumplir con las labores en el sector, prevenir situaciones defensivas y ofensivas, ordenar a sus compañeros e iniciar la transición hacia el ataque. Al respecto, entre las duplas defensivas que han destacado, justamente, por la complementación que mostraron se puede nombrar a los hermanos Finalterri –en el Audax de los 70, cuando los hermanos Silva oficiaban de aleros-; Alfonso Erazo con Iván Campos, en Thomas Bata; Osvaldo Cordero con Eduardo Riveros, en León Prado y Unión Española; y Arturo Salvatierra con Eduardo Tapia en la selecciones mundialistas de 1980 y 1982, y con Mauricio Dinningham en la Roja y en Manuel de Salas.
Sobre su relación con sus compañeros de vanguardia, el Centro debe tener la visión suficiente para habilitarlos o intentar la jugada individual. En este último aspecto el medio debe protagonizar un tránsito longitudinal, un constante trajín pisando las dos áreas. Al respecto –y en este ítem también hay que incluir al defensa- debe gozar de la preparación física y táctica para protagonizar las correspondientes salidas.
Por otra parte, aleros –gracias a su experiencia- retrocedieron y destacaron en estas funciones de creación y enlace, sin perder su poder de gol. Destacan en este ámbito Oscar Ahumada, Sandro Pifferi, Pablo Jara, Diego Jiménez, Nicolás Flores y Francisca Puertas.
Al margen de todos los anteriormente nombrados, otros exponentes en este puesto son Carlos Araya, Jaime Tapia, Javier López, Gonzalo Madariaga, Cristian Herrera, Miguel Rojas, Jorge Pizarro, Gonzalo Campos, Álvaro Carbonell, Mauricio Schmidt, Rómulo Vargas, Felipe Castro, Bastián Osorio, Jorge Salgado y Benjamín Puentes. En las damas, resaltan Beatriz Gaete y Ayleen Garrido.