La disputa, hace tres semanas de la Americas Cup en Estados Unidos permitió que retornara a la práctica de los patines y chuecas, vistiendo la camiseta de Universidad de Chile, una figura que bien se puede decir que está por sobre el bien y el mal. Porque todos los hockistas que crecieron en los años 80 supieron de este atacante muy espontáneo en la cancha, de una forma de ser que, tal como definió su amigo Carlos Beto Vargas, sólo le granjea la amistad de quienes le rodean.
Es el popular Eduardo Díaz, o simplemente el Huevo Díaz, protagonista de innumerables anécdotas en todos los clubes en que jugó. A propósito de clubes, debe ser el hockista chileno con más amplio currículum porque, a vuelo de pájaro, jugó en León Prado, Universidad de Chile, León Prado Rojo, Thomas Bata, Universidad Católica, Papelera Laja, San Agustín, UMCE e Instituto Aspro… por nombrar algunos. Y eso que no se incluyó la Selección Nacional, por la que jugó un par de Sudamericanos.
Ahora bien, si usted pensó que lo había visto todo en el hockey, espere a leer los siguientes comentarios del Huevo.
“Llevo 20 años viviendo en Estados Unidos y en todo ese tiempo no había jugado hockey. Todo empezó por Hans Castro, quien vive en California, que me contactó para jugar un Nacional que se hizo, en julio pasado, en Seattle. Me contactó con un mexicano que también vive en California, Juanito Oliveira, con quien había jugado en 1991 en Red Bull City. Por ahí se inició todo, porque de ahí me contactó con un colombiano que tenía un equipo en Weston, que era el equipo del United. Y ahí comencé a entrenar, por ahí me lesioné, paré y volví a entrenar hasta hoy. Pero estoy feliz porque pensé que no iba a jugar nunca más hockey” comienza señalando, luciendo su indeleble ceño lúdico.
“Ahora con este campeonato que hubo en Stuart, donde me reencontré con muchos amigos de León Prado y de Universidad de Chile, más motivado estoy para seguir jugando” agrega.
-Eduardo, ¿qué sientes que hockistas, que no te vieron jugar pero que escucharon de ti, poco menos te traten como una leyenda viviente? ¿Con eso se puede decir que el Huevo Díaz está por sobre el bien y el mal?
-(Risas) Es grato, me siento bien porque en realidad jugué por tantos equipos en Chile que eso mismo permite juntar generaciones, tanto con lo que estuvieron antes como con los más chicos. Recuerda que comencé en el hockey cuando yo tenía 5 años de edad, en el León Prado…
-¿Cómo fueron esos comienzos?
-Fue por mi abuela, que vivía al lado del León Prado. Ella veía pasar a los hockistas por calle Curiñanca, y me decía “mijito, quiero que usted juegue hockey. Yo le compro la chueca…”. Yo no estaba ni ahí, es que estaba muy chico. Y un día llega a mi casa Juan Carlos Fernández, uno de mis grandes amigos, para invitarme a jugar este deporte. Mi abuela saltó de inmediato, me dijo “vaya mijito”. Estábamos en Segundo Básico y formamos la Escuela de Hockey, fuimos la primera generación. Ahí comenzó todo, con mi abuela comprando mi primera chueca tal como me lo había prometido.
-¿Una Reno?
-No, una Matoyo. Era una marca de la que había que esperar que llegara por barco que se demoraba seis meses. Y cuando llegaba yo, literalmente, hasta dormía con esa chueca.
-Antes que quede en el tintero, en la Escuela de Hockey del León Prado estaba involucrado tu padre…
-Sí, estaba mi papá (Eduardo Díaz padre) con Camilo Parra. Ellos dos la formaron, en momentos en que en el León Prado se practicaban varios deportes pero el hockey era el que llevaba la batuta. Ahí jugué hasta que salí del colegio. Y como mis compañeros de curso que también jugaban hockey pasaron a Universidad de Chile, por lo del cupo deportivo, me estaba quedando solo. Así que también me fui a la U. Me fui con Miguel Pepe –que en paz descanse-, Julio Sánchez, Juan Carlos Fernández, Alejandro Román… era todo el equipo que jugábamos en el León Prado.
-Tú marcabas diferencia porque siempre te saliste del libreto, por decirlo de algún modo…
-Siempre…
-Pero afuera de la cancha también luces un ánimo festivo, eres el alma de todo grupo. Una pregunta directa al respecto: ¿con qué entrenador tuviste más problemas por este espíritu tan relajado?
-A ver, lo que pasa es que yo no comulgaba mucho con estrategias y juego fijo porque en la cancha juego hockey como lo siento. Entonces, cuando había que ser muy esquemático me costaba. Pero problemas propiamente tal con algún entrenador nunca tuve. Sí cuando me llamaban a la Selección se ponía pesado el tema por aquello de lo fijo de las tácticas que te comentaba. Por eso me gusta más la esencia del club, la convivencia en el camarín, con los amigos que comenzamos desde chicos. En los clubes me sentía mucho más cómodo.
-O sea eres al revés de todos los cristianos, porque siempre se dice que la máxima aspiración de un deportista es llegar a la Selección Nacional…
-Es que estaba acostumbrado a jugar con amigos. Cuando me llamaron a la Selección no tuve problemas con nadie, sino que tal como te comenté me complicaba con la parte esquemática, me incomodaba.
-¿No te gusta mucho la táctica?
-Me gusta, pero siento que el hockey se debe jugar como uno lo siente. Por eso me quedé con mi estilo, y me ponían cuando había problemas. Así me acostumbré a entrar cuando estaba al revés el partido.
-Casi como una suerte de bombero para apagar el incendio…
-Algo así. Hay gente que le cuesta entrar desde la banca, porque si no entran desde el inicio les cuesta enchufarse. Pero me acostumbré y soy feliz así…
-Eso lo reafirmaste en la final del Sudamericano de Clubes de 1987, en la cancha de la UMCE, cuando entraste en el segundo tiempo en momentos que Bata perdía 3-0 con Concepción Patín Club y tú anotaste los dos descuentos…
-Eso fue espectacular. Un torneo de clubes, en Chile, con tu gente es espectacular. Esa final la tuvimos ahí, pero perdimos 3-2. Habría sido la primera vez que un club chileno hubiera sido campeón sudamericano. Teníamos un equipazo con Bata, con Ramón Méndez, el Loco (Mauricio) Dinningham, el Perro (Rodrigo) Muñoz, Marcelito Erazo, (Evaristo) Mena, Pancho (Francisco) Miranda, Cacho (Javier) López y (Arturo) Salvatierra estaba de entrenador.
-¿En cuántos clubes jugaste, finalmente? ¿Has sacado la cuenta?
-A ver, primero León Prado. De ahí pasé a Universidad de Chile, donde estuve cuatro años. Y de ahí me fui al Bata, donde estuve harto tiempo. Esos tres vendrían a ser los principales donde jugué. También estuve en varios donde, literalmente, parché para determinados campeonatos como en Universidad Católica cuando fuimos al Torneo de Laja. Y, justamente, también reforcé a Laja, a Universidad del Bío Bío. Agrega a San Agustín, cuando recién se estaba formando su equipo adulto.
-En un tema más técnico, ¿cómo nace tu nunca bien ponderada Cachaña del Diablo?
-(Risas) Esa cachaña sale por el Pelaíto Mena. Él siempre andaba con los dichos cuando estuvimos en Bata. Y él comenzó a decir que yo hacía la Cachaña del Diablo, que aquí, que allá. La jugada en sí era un movimiento rápido, espontáneo, un dribbling cortito en una baldosa.
-En el terreno más lúdico del Huevo Díaz, y con respeto la siguiente pregunta: ¿desde qué naciste has sido tan pelusón?
-Sí, desde chico. Extrovertido en todos lados, por aquí y por allá.
-Con ese antecedente, ¿cuál ha sido la mejor talla que has protagonizado en el hockey?
-Hay tantas anécdotas. ¿Qué se puedan contar? Hay algunas con (Ramón) Chapulín Méndez, en Sertaozinho durante un Mundialito de Clubes cuando engrupía que hablaba portugués con todo el mundo. (risas)
-¿El mejor compañero de equipo que tuviste?
-En mi etapa en el colegio estaban los que te nombré cuando pasamos todos a la U. Pero más adulto está el Cacho López, Christian Espinoza y mis compañeros en Bata. Pero con los del León Prado me sentía cómodo, más si jugamos tantos años juntos.
-¿El defensa más complicado que te tocó enfrentar?
-Ahí está Mauricio Dinningham, era difícil pasarlo. El otro era (Cristian) Rata Herrera, que era muy fuerte porque él sabía encarnar aquello de “o pasa la pelota o pasa el jugador”. Esos defensas eran muy bravos. También había muy buenos arqueros, como (José Antonio) Toño Espinoza; o cuando llegué a Bata dondee estaba el (Jaime) Pescado Cabello, un excelente portero, y después llegó Chapulín (Ramón Méndez).
-Cuando jugaste por León Prado Rojo en 1983, ¿fuiste tú a quien se le ocurrió que los números en camiseta fueran dígitos romanos?
-(Risas) No, no. Fue la idea de mi papá, para hacer algo distinto. Yo jugaba con la V, que era el 5.
-O sea, no fue un poco para embromar a los árbitros…
-No, salió la idea y se dio. Fue una pequeña anécdota…
-Tu nombre, además de lo que hacías en la cancha, está ligado a la clásica tienda de implementos de hockey Marín Díaz…
-Con la gelatería…
-Es verdad, con la gelatería y sus fiestas comerciales en los años 80, administrada por tu papá. ¿Cómo surgió la idea de crear esa empresa?
–Fue una idea de mi papá con mi tío Francisco Marín. Cuando se hizo la inversión de la tienda, pensaron ubicarla en el barrio alto porque no calzaba mucho, inicialmente, hacerla en San Miguel. Pero mi papá se la jugó por instalarla ahí a la salida del Metro San Miguel, frente al León Prado, y dio resultados. Al final, venían de todos lados. Todo el esquema era entretenido, porque por un lado se tenía a la tienda de deportes, y en el segundo piso se contaba con la gelatería. Y se juntaba todo con la pista de patinaje que también se usaba como discoteque. Era un punto donde se juntaba gente de todas partes.
-Sobre la tienda en sí, se importaban productos Reno y muy pronto de la marca Skater, que eran las que dominaban el mercado en esos años 80…
-Exactamente. Recuerdo que fue el tiempo de la Skater con sus chuecas negras y las ruedas de colores para los patines, que eran toda una novedad acá en Chile. Después llegaron las chuecas argentinas, las Indeme. Todo esto gracias a los contactos que tenían mi papá y mi tío. También había intercambio de productos, porque trocábamo chuecas por implementos como protecciones de arqueros que la empresa diseñaba.
-Fueron un clásico esos implementos, como las rodilleras que lucían el logo Díaz-Marín…
-Teníamos a dos personas que trabajaban desde hacía mucho tiempo con mi papá, que eran Luis Silva y Donald. Mi papá siempre se dedicaba a confeccionar implementos de cuero como portadocumentos. Entonces, cuando comencé a jugar hockey se tiró a confeccionar las protecciones.
-Finalmente, y no puedo eludir esta pregunta, el punto cúlmine de la Americas Cup en Stuart se dio en el partido Universidad de Chile vs. United Florida Blue cuando Carlitos Vargas te amenazó, desde antes del partido, que te iba a cobrar una supuesta traición tuya porque no jugaste por United… (risas) ¿qué sentiste cuando Carlitos cumplió cometiendo esa falta que, literalmente, te hizo volar sobre la cancha?
-En realidad, no me enojé. Fue parte del juego, nada más. Yo me iba arrancando y Beto me paró no más. Con Carlos somos amigos tantos años que hay un toque de chacota en todo esto. Incluso, en un momento en que nos topamos bromeando hice el amago que le pegaba un codazo y el árbitro español (Oscar Valverde) me mostró tarjeta azul.
-Pero Beto Vargas parece que no se lo tomó a la ligera, porque después que le mostraron la azul te gritaba desde la baranda que estabas “arrugando igual que en los años 80”…
-(Risas) Lo que pasa es que antes de este campeonato yo no iba a jugar, porque estaba un poco lesionado. Y justo me contactó Héctor Aguayo para jugar por Universidad de Chile para jugar por ellos y yo les dije okey…
-Y ahí se enojó Carlitos…
-A ver, llamé a Carlos y le dije que iba a jugar por la U y me dijo “no poh, Huevo, si estamos formando un segundo equipo en el United. Pero cómo…”. Y ahí, entre bromas, comenzaron sus amenazas de que “nos vamos a encontrar…”. Y justo nos encontramos, y me apuntaba el codo diciéndome “aquí te voy a dejar el palito”.
-Y te pusiste una codera, estropeándole sus intenciones…
-Jajajajaja es verdad.
Eduardo Huevo Díaz, la leyenda viviente del hockey chileno que supera a su propia leyenda. Qué duda cabe…