Tras seis años de ausencia de la máxima cita del hockey-patín, en noviembre de 1978 la Selección Chilena volvió a jugar un Mundial en la XXIII versión que se estaba realizando en la vecina San Juan. Y lo estaba haciendo de una manera espectacular porque –luciendo un juego de muy buena factura- la Roja había encadenado tres victorias al hilo en sus tres primeros partidos: 10-3 a Australia, 5-3 a Brasil y 13-0 a Japón.
Con ese aliciente, llegó el 4 de noviembre para enfrentar a una de las máximas potencias, Portugal, con su máximo Antonio Livramento quien había anunciado que ése era su último Mundial.
Pues bien, grande fue la sorpresa de propios y contrarios cuando al finalizar el primer tiempo el marcador del Parque de Mayo –hoy Aldo Cantoni- lucía “Portugal 0 Chile 4”. El buen despliegue de los dirigidos por Juan Rojas se había plasmado en la planilla con las anotaciones de Sandro Pifferi (2), Eduardo tapia y René Muñoz.
Sin embargo, los lusitanos no estaban para sorpresitas ante tan irreverente contrincante. Y en los segundos 20 minutos –en esos tiempos, se jugaban 20’ cronometrados por lado- comenzaron a lucir su mejor hockey apretando las cifras.
De hecho, faltando 1’20” para el final los europeos habían logrado igualar las cifras, gracias a los tantos de Cristiano Pereira (2), Antonio Torres y Víctor Rosado.
Lo que sucedió en esos últimos tramos fue, literalmente, de infarto porque Chile tuvo la oportunidad de adelantarse, nuevamente, gracias a un servicio penal. Mas, el remate de Eduardo Riveros fue desviado por Antonio Ramalhete.
Cuando sólo faltaban 26 segundos para el final, Víctor Rosado consumó el 5-4 a favor de Portugal. Los lusos habían conseguido una épica victoria ante la desazón de los chilenos que no entendían cómo se les había escapado un triunfo histórico.
Buscando las razones de las sin razón, los sudamericanos seguían rumiando la derrota en el camarín cuando golpearon la puerta del vestuario. Grande fue su sorpresa al ver que era el mismísimo Livramento quien había llegado para felicitar, uno a uno, a los de la camiseta roja por el partido que habían brindado.
¡El mismo Livramento que había ganado tres mundiales, siete torneos Europeos y reciente ganador de la Copa Europea de Clubes con el Equipo Maravilha del Sporting! ¡El mismo al que ya reconocían como el mejor de la historia! ¡Era él, con toda su grandeza, quien reconocía los méritos de su rival!
La humildad de los que verdaderamente son grandes…