En abril de 1962, el mismo año del Mundial de fútbol, nuestro país fue sede del XV Mundial de hockey-patín que se jugó en lo que era el Gimnasio Nataniel. Por ello, para la preparación en cancha se planificó que en enero y febrero los entrenamientos se realizaran en el rectángulo del club Thomas Bata, en Peñaflor, porque a juicio de los entendidos era el mejor embaldosado con que podía contar la Roja.
Sin embargo, surgió el tema del traslado, que inicialmente se realizaba “mediante camionetas o simples camiones”, escribió la prensa y que suponía incomodidades para los jugadores. Por ello, los dirigentes de la Federación negociaron la contratación de una liebre exclusiva para el equipo. Para las nuevas generaciones, una liebre era el minibús con capacidad para, máximo, 24 pasajeros sentados y en donde los que eran altos de estatura sufrían porque el techo era bajo.
Sin embargo, en esas negociaciones con el dueño del transporte “existen diferencias en el precio que paga la Federación por este servicio y lo que exige el comerciante por realizar el traslado de los jugadores”, escribió el periodista.
El detalle es que sólo en las semanas previas al inicio del Mundial -además de los entrenamientos en el Estadio Español y en el gimnasio de la antigua Escuela Militar, ahí en Viel con Blanco-, los seleccionados contaron con momentos de esparcimiento concretados en “la liebre particular por los alrededores de Santiago, como asimismo para traer a la Selección al centro para ver algunas películas de actualidad”.
Ahora bien, nunca se confirmó si esa liebre era la misma por la cual se negoció para llevar a los jugadores a sus prácticas en Peñaflor, durante enero y febrero.