Continuando con la exposición de las Escuelas o Modelos de Juego que se abordaron en la anterior entrega de Hockey Táctico, más allá de las características específicas de cada expresión en el rectángulo, desde un punto de vista sociológico se puede plantear también alguna clasificación.
La piedra angular, la que debiera ser la Escuela Básica de Juego, podría considerar que en el hockey –tal como en el resto de los deportes- el instinto de conservación humano se traduce en el instinto de imponerse al contrario.
Para eso se resaltan los dos aspectos básicos del juego, la defensa y el ataque. Por un lado, la defensa está para remarcar la preeminencia sobre el contrincante, que es el paso inicial para conseguir el objetivo del triunfo. Por el otro, con el ataque se acentúa, para lograr el mencionado beneficio, el refuerzo de la seguridad en los propios medios y la consecución del ítem trazado, el ya mencionado triunfo.
Todo eso podría ser resumido en la máxima “El hockey es un juego en el que el hockista se compromete consigo mismo, con su equipo y con la camiseta que viste”.
A partir de lo anteriormente planteado, se puede plantear una nomenclatura de ocho Estilos o Escuela que surgen a partir de esta Escuela Básica.
Al respecto, hay que destacar dos especificaciones que refuerzan estos postulados: primero, utilizando como metáfora las tres zonas con que, regularmente, se divide un campo de juego cada una de estas propuestas de Escuelas o Estilos pertenecen a una determinada zona, fortaleciendo su origen y/u objetivo específico en el partido.
También, cada uno de estos modelos no son totalmente absolutos dominantes en tal o cual equipo, sino que se van adaptando de acuerdo al desarrollo de un partido. Con eso, se llegan a dar situaciones en donde se pueden ir superponiendo entre sí dos o más de estas formas de expresiones de juego, de un instante a otro.
Con ese marco que entregan estos dos postulados, se puede identificar a ese octeto ubicando a cada uno de ellos en la zona de la cancha de la cual son más representativos.

Zona de Ataque. En el principal sector de conversión por obviedad se hacen fuertes las propuestas que buscan los caminos para acceder a esa zona y cumplir con la tarea de anotar.
Aquí entra la Escuela Estratégica donde, dependiendo de las circunstancias de cada partido y/o rival, se plantean las alternativas de estrategias a utilizar, moviendo las piezas de la mejor forma tal como lo hacía un general en el campo de batalla, por ejemplo Napoleón o Lautaro. Todo resumido en la oración “La cancha es un tablero de ajedrez”.
En nuestra competencia, un exponente de este estilo es José Querido, quien con Vilanova y en la Selección Femenina va variando sus esquemas según el devenir del cotejo, como por ejemplo enviar a dos atacantes hasta el fondo de la cancha para estirar su esquema, obligando a dos rivales a mantenerse en retaguardia para evitar sorpresas en su última línea.
También contando con un abanico de esquemas tácticos una y otra vez repasados en los entrenamientos, donde los goles no se anotan por casualidad sino que son la consecuencia de toques correctos y sucesivos de pelota más juego de conjunto pero –a diferencia de la Escuela Estratégica– entregando una dosis de libre albedrío hacia los jugadores para que sorprendan con alguna maniobra, es la Escuela Lírica.
Aquí, como ya se enunció, se privilegia el buen juego donde se puede incluir, por ejemplo, a Universidad Católica con Francisca Puertas en la cabina técnica; y Mauricio Llera en Thomas Bata cuyos respectivos conjuntos destacan por la fluidez de despliegue y llegada a campo contrario.
En un tercer estamento, la Escuela del Vértigo es una versión de pragmatismo cuyo postulado es simple: llegar lo más rápido posible al área rival, ojalá en sólo tres pases largos o con transiciones rápidas y en donde es importante el despliegue físico. Su axioma representativo podría ser “Más rápido, imposible”.
Expresión de este Estilo es, por ejemplo, el Porto con los piques por baranda de Gonzalo Alves para intentar el remate cruzado.

Zona de Construcción. La mitad de la cancha, por definición, es donde se realizan las transiciones, tanto para atacar como para defender, conjugándose las dos expresadas facetas del juego. Es aquí donde se construye el postulado propio y se destruye el postulado contrario. Por ello, aquí se puede ubicar aquellas expresiones que, indistintamente, sirven para cuidar la retaguardia como también elucubrar los ataques.
Destacando a la Escuela Ideológica, una suerte de fundamentalismo deportivo donde sus practicantes se aferran a sistemas y estrategias de juego, archientrenados durante la semana, sin salirse un ápice de aquel planteamiento. Fomenta, de paso, el funcionalismo en el quinteto con esa base táctica disciplinada, que es casi una doctrina.
Si bien, tal como lo estratégico y el lirismo, sus exponentes bien podrían defender el postulado de que el gol no es consecuencia de alguna casualidad, así también no hay que provocar instancias –previamente anticipadas- en el campo propio que favorezca la conversión de goles contrarios. La expresión que los puede reflejar es “1 más 1 es 2 y no 3”.
En el hockey chileno exponente de este pensamiento fue Oscar Ahumada Santander, a cargo de la UTE y la Usach, quien era firme creyente de que todo movimiento en la cancha pasaba por estrategias entrenadas sin dejar espacio para el facilismo de la improvisación.
Derivada de la anterior, en cierta manera, es la Escuela Equipocéntrica, la que por definición se refiere a elencos cuya prioridad es su propia formación sin preocuparse en demasía del planteo contrincante. El objetivo es imponer sus preceptos, manejar los tiempos y sorprender al rival sin darle tiempo de reacción. O dicho de otro modo, no renunciar a las propias convicciones.
Esto se puede resumir en postulados como “mientras el rival se preocupa por mí, yo me preocupo de anotarle goles y vencerlo” o “el partido más difícil es el que tengo conmigo mismo”.
Un ejemplo puede ser el Barcelona, que desde el segundo inicial del partido apuesta a imponer sus alternativas de juego, ya sea con los trazos largos por las barandas o el manejo de los tiempos acelerando o calmando el juego según como esté el marcador.

Zona Defensiva. En el sector posterior de la cancha, para cuidar la cabaña propia, hay conveniencia de que no hay espacio para el lirismo sino que para el pragmatismo. Sin embargo, algunos exponentes llegan al límite por defender su sector.
Por eso, la Escuela Pragmática adquiere su mejor expresión en esta zona de la cancha –aunque no es desechable en el resto del campo-. Tiene la misma base del lirismo, en el sentido de la consideración del estratego a las habilidades técnicas de cada uno de los jugadores con que cuenta para afrontar cada cotejo, sin amarrarlos a férreas tácticas. En simples palabras, quitar la pelota, levantar la cabeza y habilitar al compañero mejor ubicado.
Pero lo que la destaca es que se fomenta la improvisación sobre todo cuando se cruza la mitad de cancha. O sea, nada de férreas estrategias.
En este estamento se podría ubicar a Mario Spadaro, DT de la Selección Nacional cuarta en el Mundial de 1980, quien confiaba sobremanera en las habilidades de sus dirigidos para el desarrollo del partido.
Ahora bien, más anacrónica sería la Escuela Ruda, que se dio mucho en la década de los 70 y 80 jugando al filo del reglamento que imperaba en esas épocas. Incluso, algunos exponentes apelaban a mañas para provocar al rival y sacarlos de su concentración en el partido. Resumido, por decirlo de algún modo, con expresiones como “bendito aquel hockista que sin tener talento se abstiene en demostrarlo” o “Al hockey jugando pero con el mazo dando”.
Exponentes de este particular estilo hubo muchos, como la Selección de Estados Unidos que suplía sus carencias técnicas con juego recio. O en nuestro hockey, con los choques que protagonizaba, por ejemplo, Audax Italiano.
La evolución de la reglamentación con la inclusión de las faltas de equipo han desterrado a esta Escuela, aunque aún quedan algunos devotos que de cuándo en cuándo apelan a algunos de sus preceptos.
Finalmente, y algo más fría en la consecución de sus objetivos –y en donde no está considerado el buen sentido del espectáculo-, es la Escuela Resultadista. No siendo predominante, algunas cabinas técnicas apelan a ella en tal o cual partido, dependiendo de su importancia. Como sucedió con la Selección Española en el Mundial de 1980, donde tras adelantarse en el marcador en sus partidos manejaba los tiempos rotando la pelota en su campo sin apurarse, aplicando la “cautela”. Pero hoy eso no se puede personificar, por aquello de los 45 segundos de posesión; por ende, se varió su orientación hacia la búsqueda del resultado deseado aplicando matices para no ser sancionados por los árbitros, como apelar al manejo de los tiempos en la salida o los disparos de distancia buscando el rebote. Todo para mantener lo más lejos de su área al rival. Sus planteamientos se pueden resumir en las frases “No importa cómo se gana sino que importa ganar” y “El resultado justifica los medios”.
La máxima expresión de este Estilo lo encarnaron los portugueses en la final de los pasados World Roller Games de Barcelona ante Argentina, donde tras el tiempo reglamentario y alargue, en que aguantaron los embates trasandinos con su portero Girao clausurando su cabaña cuando fue exigido, apelaron a la definición de penales para llevarse el máximo trofeo.