Carlos Alberto Vargas fue uno de los referentes de León Prado a fines de los 70, asumiendo el liderato del joven conjunto marianista que había reemplazado en la Liga de Honor a los bicampeones que en 1976 emigraron a Unión Española.
Siendo defensor y contando con buena técnica, a Beto le tocó jugar en los tiempos de la Vieja Escuela, los de la “chueca fuerte”. Vale decir, cuando se marcaba al rival utilizando lo aplicable y lo no aplicable –aka, mañas- para imponer respeto. Todo eso lo transformó en un verdadero caudillo para enfrentar a verdaderos “gigantes” como los hermanos Finalteri –que estaban en sus últimos tramos-, los Silva, Luis Soto –antes de emigrar al Palmeiras de Brasil- y Manuel Llorens, entre otros.
Tras su paso por la tienda sanmiguelina, en la segunda mitad de los 80 fue uno de los fundadores del conjunto de San Agustín, dirigido por José Luis Ruiz, junto a uno de sus grandes amigos, Hernán Daza. Ese nóvel elenco convocó también a Juan Carlos Fernández, Humberto Escobar, Aldo Escobar y Hans Castro, entre otros.
Liderando a ese conjunto, Beto Vargas se dio cita en un cuadrangular amistoso a mediados de 1988 en el feudo de Red Star, junto a Universidad de Chile, Andes Talleres de Mendoza y Concepción Patín Club de San Juan.
El día del debut, y durante el calentamiento previo en cancha antes del inicio del pleito entre los agustinos y los sanjuaninos, Vargas sintió que alguien lo llamaba desde la tribuna.
“Negroooo” escuchó el zaguero. Era Francisco Sabotier, el popular Pancho Balatas, quien conocía desde niño a Carlos cuando ambos formaban parte de León Prado.
Tras los saludos entre mentor y aprendiz, Pancho comenzó a darle instrucciones a Vargas.
-Negrito, ¿ves al capitán argentino? ¡El de pelo largo con cintillo?
-Sí, poh…
-Márcalo al hombre…
En un par de minutos Sabotier instruyó a quien había sido su dirigido con datos que sólo ellos dos conocieron. ¿Y qué pasó? A pesar del 2-1 final con que se impuso Concepción a San Agustín, Beto Vargas había anulado, literalmente, al máximo crédito de los de Villa Mallea.
Tras el pitazo final, Sabotier se acercó nuevamente a Vargas para felicitarlo y contarle algo más. “¿Tú sabes quién es el qué borraste? Es Roberto Roldán, capitán de la Selección Argentina y que está jugando en Italia” le dijo Pancho Balatas.
En efecto, en esos días Roberto Roldán ya había sido campeón sudamericano y panamericano con la albiceleste, además de protagonizar su debut en la Liga italiana donde había marcado 44 goles en la Serie A con el Vercelli. Eso le había permitido el salto a la Liga española para alinear por el HC Liceo a partir de septiembre de aquel año.
Pero todo ese gran currículum, que conocía muy bien Francisco Sabotier, fue nada ante la marca de Carlos Alberto Vargas, el último gran caudillo del hockey chileno.