
En tiempos en que cuando se habla de “hockey moderno” se refiere a la polifuncionalidad que deben tener los cuatro jugadores en pista, vale decir todos atacan y todos defienden avalados por una buena preparación física para poder presionar, recuperar, administrar y enfilar en vanguardia con bocha controlada –no importando si el dibujo táctico es un 2-2 ó 1-3-, los World Skate Games de San Juan fueron el escenario donde se reivindicó el esquema primordial de todos, la piedra angular. Nos referimos al 1-1-2, conocida también como la Táctica de la Y.
Fue la Selección Argentina Femenina, campeona en su categoría en la cita sanjuanina, la que dio muestra que este esquema no ha expirado, más allá que todo jugador (a) en cancha debe saber manejar muy bien las dos facetas del juego, o sea defensa y ataque.
Defensa. Como última zaguera, Florencia Felamini fue la perfecta guardaespaldas de sus compañeras. Asertiva en el quite en su propio sector, la diferencia que marcó desde su puesto es que no sólo llegaba hasta mitad de cancha y entregaba o intentaba el remate de media distancia –como se estilaba en los años 70 y 80 bajo este dibujo táctico- sino que incursionaba en ofensiva, generalmente por baranda, para buscar el centro o el remate cruzado.
Esa labor la pudo cumplir gracias a la cobertura personificada por Luciana Agudo. La armadora albiceleste transitó siempre en ida y vuelta a lo largo y ancho de la cancha, con pelota dominada o creando espacios para el movimiento de sus compañeras.
Lo mejor, con toda su habilidad al servicio del equipo la Luchi se sacaba la marca rival con amagues para habilitar a sus coequipos con algún trazo largo o buscaba la triangulación para entrar en velocidad al área rival.
Ataque. En la vanguardia, Julieta Fernández y Adriana Soto. La Matadora, generalmente, fue la delantera periférica merodeando la última zona contrincante buscando el pase o atenta al rebote para tomarlo y obturar el remate a puerta. La Bodeguera, a su vez, generalmente fue la punta de lanza metiéndose entre las defensas antagonistas para esperar el rebote en el segundo palo o pivotear para concretar la entrada de alguna de sus compañeras por los laterales.
En la contra, ambas mendocinas siempre fueron las primeras en picar para buscar el 2 contra 2 ò el 2 contra 1 -“uno de los versículos más importantes de la Biblia Hockística” escribió Patines y Chuecas en aquella ocasión-, como lo hicieron en la final contra España para firmar el 3-0 final.
Además, Fernández, asumiendo el rol de media punta, siempre retrocedió algunos metros para ayudar en el desahogo en mitad de cancha e iniciar desde ahí la incursión, también por baranda para la diagonal o la combinación con Adriana Soto.
Arquera. Pero esto no resultaría si en el pórtico no se cuenta con un buen arquero, en el caso de las albicelestes si no contara con Annabella Flores. La labor de la cepeciana ratificó la mayúscula importancia del guardavallas, confirmando lo que anotamos en una crónica especial hace unos días sobre la importancia del puesto. De nada servirá lo hecho al otro lado, anotando goles, si en la retaguardia no hay un (a) especialista para evitar anotaciones en el pórtico propio.
A grandes rasgos, fue ésta la máxima expresión de la funcionalidad al servicio del quinteto sobre la pista de hockey, con roles específicos bien asumidos y también muy necesarios aún hoy en la era del “hockey moderno”. Más allá de la preparación física o privilegiar el pressing –“el desorden organizado” al momento de los movimientos en pareja tras la toma de las marcas personales- para recuperar pronto la posesión y así mantener la intensidad en ataque, el 1-1-2 dio visos de que se mantiene muy empoderado en los archivos de las tácticas de juego.