
El técnico Mario Spadaro tenía todo planificado para revalidar el cuarto puesto de Talcahuano en la cita fijada para mayo en la ciudad portuguesa de Barcelos. Sin embargo, apenas iniciado el año fue cesado en sus labores. El último lugar que la Roja había obtenido en los Primeros Juegos Mundiales en Santa Clara, Estados Unidos –cinco partidos jugados, cinco derrotas- fue un agravante para el estratego quien le dejó el puesto a quien, justamente, había reemplazado dos años y medio antes: Juan Rojas.
Sabiendo que había poco tiempo, el ex portero designó catorce preseleccionados manteniendo la base que venía trabajando, prácticamente, desde 1977. Del Mundial recién pasado sobrevivían José Antonio Espinoza, Arturo Salvatierra, Francisco Miranda, Osvaldo Rodríguez y Eduardo Tapia, repatriado desde México; proveniente desde Norteamérica arribó Rubén Leni; del grupo que había asistido al Sudamericano de Uruguay el año anterior, el guardavallas Gustavo Peña, Marcos Ledoux, John Panner y Oscar Ahumada; más el también portero Ramón Méndez, Rodrigo Muñoz, Mauricio Dinningham y Eduardo Cleveland.
Partidos preparatorios con equipos locales y argentinos formaron parte del verano de los convocados que, de esa manera, se abstrayerton del nuevo conflicto entre los dirigentes que llega hasta el Comité Olímpico. El máximo ente deportivo estableció que el hockey no recibiría dinero para sus planificaciones entregando una cuota que se había comprometido con anticipación para el viaje al Mundial.
Retornando a lo deportivo, y a pesar de sus esfuerzos de quedar en la nómina final, se quedaron en casa Peña, Ledoux, Muñoz y Panner. Juan Rojas comentó que el criterio que utilizó para los nominados pasó por la trayectoria y “los elementos que necesito para cumplir un papel básico en el Mundial. Quiero tener un plantel y no un equipo”.
En la despedida oficial, el domingo 18 de abril en la cancha del León Prado, la Roja superó a Thomas Bata por 8-0. A esa altura, ya había definida una alineación titular con José Antonio Espinoza; Arturo Salvatierra, Eduardo Tapia; Osvaldo Rodríguez más la alternativa que surgía entre Eduardo Cleveland y Oscar Ahumada.
Una semana después, el plantel abordó el avión directo a Lisboa… vestido cada jugador con un buzo rojo, que los acompañó durante toda esa aventura. Una aventura que, gracias a las victorias iniciales, fue acaparando titulares en los medios escritos, radiales y televisivos.
A pesar del entusiasmo, el DT Rojas mantenía la prudencia. “No soy de los que andan pregonando puestos”, decía agregando que sus dirigidos “no son niños de pecho” ante los comentarios previos de que los europeos jugaban recio. “Se ha estado jugando un hockey muy violento, extremadamente violento, al cual no estábamos acostumbrados. Ya no se trata de fuerza en el juego, sino que de violencia directa”, reclamaba el estratego.
Más informaciones emanadas desde territorio lusitano indicaban que José Antonio Espinoza era considerado uno de los mejores porteros del certamen, que de Arturo Salvatierra se escribía que era “la roca agreste de los Andes”, que Eduardo Tapia era “el frío y calculador guía del equipo chileno” y Osvaldo Rodríguez había sido bautizado como “el malabarista de América del Sur”.
La buena campaña se extendió en los primeros tramos de la ronda final, donde los doce participantes se enfrentaron bajo el sistema Todos Contra Todos. El esquema, aparte de determinar a los campeones, establecía que los diez mejores ubicados al término del campeonato compondrían el Grupo A –una suerte de Primera División Mundial- en los siguientes Mundiales para equilibrar el certamen y evitar apocalípticas goleadas que sufrían equipos que recién se iniciaban en esas lides.
A pesar de la derrota ante los portugueses –donde los especialistas admitieron que si los chilenos hubieran apurado el trámite, no en los tres minutos finales sino que un poco antes, otro hubiera sido el resultado- permitieron sentar las bases para un desempeño superlativo. Pero Juan Rojas, siempre terrenal, se apuraba en comentar que “sería recomendable no comenzar a ilusionarse. Tal vez podamos lograr algo grande… entonces, si no hay una ilusión prematura la satisfacción será doble”.
En los trancos finales, una victoria sobre los holandeses, un espectacular empate con los españoles –la Roja se imponía 2-0 hasta la mitad del segundo tiempo, en el cotejo que fue considerado el mejor del certamen- y una apretada y controlada derrota ante Argentina –“buscamos el resultado; o sea ellos nos metieron el gol y no arriesgamos en demasía ya que si nos hacían otro tanto caíamos al quinto puesto” comentó posteriormente Rojas– terminaron de construir esta épica traducida en la confirmación del cuarto lugar escoltando a los linajudos portugueses, españoles y trasandinos.
Al retornar al país, siempre vestidos por su inseparable buzo rojo, los jugadores fueron recibidos por espontáneos hinchas y banderas tricolores. Sólo faltaron los dirigentes… que a la hora del aterrizaje del avión en Pudahuel habían sido citados a una impostergable reunión con el director de la Digeder para resolver sus reyertas. Como se escribió en un diario, los directivos “no pudieron subirse al carro de la victoria”.