1996: El Fatal Margen de Error

Plantel antes del viaje a México. Arriba, de izq a der: Rodrigo Quintanilla, Claudio Hidalgo, Giulio Magnolfi, Alvaro Aravena, Mauricio Schmidt, Eduardo Flores y José Antonio Oñate. Abajo: Rodrigo Aguilera, Rómulo Vargas, Cristián Martínez y Gonzalo Campos
Plantel antes del viaje a México. Arriba, de izq a der: Rodrigo Quintanilla, Claudio Hidalgo, Giulio Magnolfi, Alvaro Aravena, Mauricio Schmidt, Eduardo Flores y José Antonio Oñate. Abajo: Rodrigo Aguilera, Rómulo Vargas, Cristián Martínez y Gonzalo Campos

En octubre de 1995 Osvaldo Rodríguez comenzó su proceso a cargo de la Selección  Nacional. En los días previos, había presentado a la Federación y a la prensa un completo documento en el que especificó plazos y metas.

Era el llamado Plan Nacional de Entrenamiento, que estableció todas las estaciones a cumplir hasta el año 2003. En su introducción se especificó que “nuestro país ha carecido en los últimos años de un programa deportivo, respecto al hockey sobre patines (…) Creemos de verdad que una buena planificación deportiva para el medio nacional que considere el desarrollo íntegro de una serie de aspectos –dentro de los que se destacan los de carácter técnico, físico y sicológico, como parte del trabajo global de un seleccionado”.

Con toda la descripción de objetivos, se publicó como primer objetivo a mediano plazo el ascenso a la Serie A tras la disputa del Mundial B en México. De esa manera, el tetramundialista comenzó sus labores respaldado por su cuerpo técnico que integraban Tomás Grifferos (preparador físico), Javier Santos (ayudante técnico), Juan de Dios Godoy (médico), Juan Mansuy (mecánico), Gabriel Santos (coordinador) y Sergio Villegas (relaciones públicas). Fueron 14 los primeros preseleccionados que trabajaron el aspecto técnico en el Complejo de Patinaje Crazy Wheels, en la Florida; y la parte física en el CAR del Estadio Nacional.

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A pocos días del viaje a Norteamérica, se avisa que “pocas veces en nuestro medio un deporte va a un Mundial con el cartel de favorito”. La afirmación no era antojadiza, ya que Rodríguez estableció una disciplina táctica con “más de quince variantes”.

Su confianza era plena. “El grupo es joven y ha trabajado duro para cambiar la cara del hockey chileno. Hay que darle nuevo padrón de juego”, decía el viñamarino quien, en modo profético, agregó que en un Mundial B “te topas con partidos fáciles, pero hay uno o dos duros. Te relajas con los demás y si no ganas el clave, sigues en la serie”. Como se encarnarían esas frases sólo días después…

En el debut ante el cuadro local se despachó que la Roja tuvo una “contundente actuación” ante un contrincante que ofreció más ganas que patinaje. El juego malintencionado lo puso, al día siguiente, el quinteto estadounidense que se impuso dejando dos damnificados: Álvaro Aravena quedó magullado luego que un rival le enganchara la chueca a la altura del cuello, mientras que Giulio Magnolfi fue víctima de un golpe de stick en el rostro. Y en medio de las sospechas por la actitud algo desmedida de los gringos, Osvaldo Rodríguez se quejaba con  un “perdimos como en la guerra”.

El resto de la primera ronda fue un trámite para los chilenos, ante contrincantes con mínima historia en la disciplina de los patines. Los “partidos fáciles” que había previsto el DT.

1996

En Cuartos de Final el rival fue Colombia. Los de la camiseta roja eran los preferidos para aficionados y entendidos. Sin embargo, a pesar de dominar todo el encuentro, no pudo firmar esa superioridad en el marcador terminando el tiempo reglamentario en empate 1-1.

En el alargue no hubo variaciones. Los cafeteros se refugiaron en su zona, no saliendo de su reducido cuadrado. Hasta que faltando 30 segundos, los caribeños protagonizaron el contragolpe. El portero Rodrigo Quintanilla debió sacar la bocha desde el fondo de las mallas.

Colombia había sólo cruzado la mitad de la cancha, en todo el cotejo, sólo en seis ocasiones. Fue suficiente para que lograran la impensada eliminación de los nacionales.

La prensa escribió que “Chile era favorito al título, mostraba el estilo de hockey más moderno y tenía el equipo más joven”. Osvaldo Rodríguez resumió todo en su sentencia: “No hay excusas, fue un fracaso”.

El margen de error que arroja toda planificación había sido fatal.

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