Los orígenes deportivos de Roberto Vargas Bolland datan de principios de la década de los 50 cuando, con poco más de 10 años de edad, comenzó a jugar el deporte en la llamada Población Fantasma, a la que se accedía por calle General Saavedra en el sector de Independencia. Sector que fue cuna de varios valores hockísticos como Omar O’ Ryan, Eugenio Silva y los hermanos Pellegrini.
“Carlos Pellegrini, que jugaba por Colo Colo, me llevó al equipo del Cacique. Fue en 1954” comentó años después, cuando ya se desempeñaba como entrenador. Perfeccionista en su juego, un año después fue nominado a la primera Selección Nacional Juvenil que participó en un torneo en Mendoza.
“El año 57 pasé al Audax. Ese mismo año debuté en Primera. Jugaban los hermanos (Alfonso y Mario) Finalteri, (Carlos) Pellegrini, (Jorge) Cordero y yo. Recuerdo que ganamos diez torneos seguidos. Diez años actuando juntos nos dieron conocimiento mutuo y confianza”, señaló sobre su etapa en el cuadro audino, con el que se identificó en su carrera como jugador, que también incluyó una estación en Thomas Bata.
Sobre sus labores en la cancha, se definió como “un jugador formado más a base de tenacidad, constancia, que por condiciones innatas. También, creo, fui un jugador de cierta base técnica. Más cerebral que habilidoso”, apuntó quien también fue el primer hockista designado como el mejor de esta disciplina por el Círculo de Periodistas Deportivos en 1962.
Esos argumentos lo catapultaron a la Roja, alineando en los Campeonatos Sudamericanos de 1959 y 1966; más los Mundiales de 1962, en nuestro país, y en 1966 en Brasil. En este último torneo protagonizó una curiosa jugada en el empate 1-1 con Italia. “Promediando el segundo tiempo perdíamos 0-1. En eso se produce un penal a favor nuestro. Ante esa trascendencia, todos se negaron a servirlo. Finalmente, fui designado. Imagínese el momento de tensión, de nervios para no describirlo. Las ansias de lograr el empate me hicieron pegarle con todas mis fuerzas, tiré a matar. Nunca me lo he explicado. Al momento de golpear la pelota se quebró la chueca y una parte de ella salió disparada hacia el arco del meta italiano que, sorprendido, no se preocupó de la pelota. El golpe defectuoso hizo que la pelota saliera despacio. Seguramente, no iba a llegar al arco itálico, pero se avivó mi compañero Carlos Soto que, en reacción espontánea, le dio otro golpe a la pelota para colocar el 1-1 decisivo” agregando que “esa jugada insólita, creo, no se vuelve a repetir”.
Una temporada después, con sólo 27 años, se retiró –“de ese apresurado retiro es de lo único que me arrepiento de mi carrera deportiva”, señaló una década posterior- para iniciar su carrera como director técnico. Como tal, dirigió a Ferroviarios, Stadio Italiano, Universidad de Chile, León Prado Rojo más la Selección Juvenil en 1976 y la Selección Nacional Absoluta en el Sudamericano de 1985 y en el Mundial de Sertaozinho 1986.
“El hockey fue todo. Fue mi hobby, una entretención en mi juventud. La convivencia humana que me proporcionó me dio una filosofía de la vida, que mucho me ha servido”, recordó a quien el periodista Díaz Chávez lo definió como “un enamorado del hockey”.
Yo, Andrés Vargas Alvarez, hijo menor de Roberto… me alegra demasiado leer esto sobre mi Padre… Definitivamente era un enamorado del Hockey