Tras sus primeros tiempos consolidados con la especialización de las labores en la cancha, fue a fines de la década de los 80 que el hockey chileno protagonizó un salto cualitativo en cuanto a los sistemas de juego y tácticas aplicadas en nuestra escena. Todo aquello se puede resumir en cuatro etapas o Eras de la mencionada evolución deportiva.
Primera Era, el Génesis. Se expuso en la anterior entrega de este tema, desde sus comienzos, a mediados de la década de los 30, el hockey chileno siempre lució asomos tácticos para ordenar a los jugadores en la cancha. Lo que se podría denominar como la Primera Era en el tema tiene como base el aporte del club Estudiantil de Independencia, a través del entrenador de básquetbol Enrique Parra, que aplicó algunos conceptos del deporte de los cestos en la alineación, específicamente coberturas y defensa en zona. Rápidamente, el resto de los equipos imitó lo que lucía el cuadro de la zona norte capitalina lo que fortaleció la práctica de la actividad. También, era la época en que las posiciones de los cinco jugadores en el rectángulo -porque en esos primeros tiempos del hockey chileno se jugaba con seis jugadores, un portero más cinco hockistas de campo- eran fijas: se hablaba de back (defensa) derecho, back izquierdo, forward (delantero) derecho, centroforward (centrodelantero) y forward izquierdo.
Segunda Era, el Sagrado Dogma del Cuadrado. Se escribió también, en la primera parte de esta crónica, el cambio de disco a bocha, que se formalizó en 1950 con el aporte de los técnicos Rafael Casali, italiano, y Elías Reyes, español, actualizó al hockey chileno acorde a lo que sucedía en las canchas internacionales. Comenzaba el dogma del Cuadrado, con sus derivados del Rombo o de la Táctica de la Y (1-1-2) para formar en el campo. Bajo estos preceptos, la actividad internacional alimentó de nuevos conocimientos con acento en que el predominio era el juego de conjunto, y no depender de la sapiencia y habilidad de uno o dos jugadores. Sin embargo, en nuestra escena el sistema se especificó con la alineación de un defensa neto –con tareas específicas, como no pasar la mitad de cancha y apostar a su remate de distancia- mientras en el franco ataque los aleros trocaban posiciones o se especializaban en determinadas labores –uno de ellos, trajinando los carriles externos, naciendo el media punta; y el otro, metido en el área rival esperando el pase final-, alimentados por el trajín y habilitaciones del medio o centro que se desplazaba longitudinalmente para equilibrar defensa y ataque, además de manejar las velocidades en las transiciones.
Tercera Era, el Funcionalismo. La participación de Chile en el Mundial de San Juan 1989 mostró un nuevo cariz del hockey nacional tras el anuncio del técnico de la Roja, Santos Álvarez, en el sentido que quienes ingresaran a la cancha “tendrán que defender o atacar según la ocasión. Por lo tanto, los cuatro hockistas de campo rotarán permanentemente en sus funciones”. Era el comienzo del funcionalismo sobre el embaldosado, comenzando a desterrarse las posiciones específicas para darle paso a los jugadores polivalentes. Labor que en Europa estaba en boga a partir de principios de aquella década con el Barcelona dirigido por Josep Lorente que enviaba a sus cuatro jugadores a aplicar pressing constante al rival, con una formación conformada por cuatro delanteros netos –Villacorta, Vila Puig, Centell y Torres- reconvertidos en defensas de acuerdo al nuevo sistema de juego. El sistema de marcación imperante, además, y que se complementó con la nueva disposición en el campo en nuestra escena fue la Zona.
Cuarta Era, la Estrategia. La década de los 90 es sinónimo, en la historia del hockey chileno, de la etapa de permeabilización total de las nuevas tendencias imperantes apelándose las estrategias -que son las variaciones aplicadas en la táctica, durante el desarrollo de un partido-. Por un lado, el retorno de Osvaldo Rodríguez, tras su etapa en Italia, con la fuerte influencia de la Zona italiana a la que agregó estrategias que rompieron el molde imperante. Como el ubicar a un jugador detrás del pórtico rival en el momento de un tiro libre a favor, para sorprender con una aparición en el segundo palo; apelar a las pantallas para descoordinar los marcajes rivales; o pasar de marca zonal a personal en el área propia. Se trataba de un abanico de alternativas a las que se apelaba en tal o cual instante del cotejo.
Por el otro, la instalación en propiedad de la ya nombrada marca personal como base del sistema a utilizar. Tendencia que utilizaron los españoles en la consecución del título mundial de 1989 y que tuvo sus primeras manifestaciones en nuestras canchas, dos años después, con el equipo Aspro. Dicho quinteto –a través de su técnico Maximiliano Muñoz, quien era también entrenador de básquetbol- comenzó a utilizar el marcaje hombre a hombre que se estilaba en el deporte de los cestos en algunos pasajes de los encuentros de su equipo. Toda una innovación que quebró el esquema de la marcación zonal imperante.
Esos cambios se formalizaron con Rubén Leni, en la Selección Nacional que disputó el Mundial B de 1994, gracias al acervo que el DT había acumulado con sus experiencias en el hockey norteamericano y viajes a Europa; y con el León Prado dirigido por Eduardo Flores.
Con clara influencia del hockey español, Flores comenzó a aplicar un sistema de juego con especial énfasis en el pressing constante, con marcación al hombre de cada uno de los cuatro titulares de campo. Una táctica que se basaba en una estricta preparación física, detalle que se tomó como pieza fundamental complementaria en el sistema aplicado y que de alguna u otra manera iba cansando al contrincante. Fue así que el León Prado fue superando rivales, adjudicándose el trofeo de campeón entre 1995 y 1999, en forma consecutiva.
Fue, también, la consolidación de toda esta evolución.