
Jorge Widoycovich es uno de los más destacados defensas que ha tenido el hockey chileno, siendo constantemente nominado a la Selección Nacional a fines de los 70 y en los 80. Pero también se ha resaltado de su persona el hecho de ser uno de los jugadores más tranquilos fuera de la cancha, actitud ideal para equilibrar en grupos donde había “pesos pesados” en el camarín –aka “pelusones”- como, por ejemplo, el Huevo Díaz.
Es más, alguna vez, Carlos Beto Vargas –otro de sus grandes amigos- dijo del Tochi que “todas las mujeres se derretían por él, porque aparte de su buena facha era muy educado. Y ante eso, uno como era normalito no más, tenía que apelar a la ‘labia’ para intentar que las chiquillas te tomaran en cuenta”.
Esa forma de ser no deja a Widoycovich exento de algunas sabrosas anécdotas que ocurrieron en nuestra escena. Como lo que vivió cuando asistió, con León Prado, a la segunda edición del Torneo de Laja, a fines de enero de 1980.
Grande fue la sorpresa de Jorge Widoycovich cuando, en el debut ante Stadio Italiano, había una treintena de lolitas gritando sólo por él. Casi como si fuera una actual barra brava que se habría llamado Las del Tochi porque sólo alentaba al defensor, como si el resto de los leonpradinos no existiera De dicha sorpresa pasó, en los siguientes partidos, a sonrisas tomándose relajadamente aquellas “muestras” de aprecio… de las que, hasta hoy, sospecha que estuvieron involucrados sus compañeros Huevo Díaz –era que no- y René Muñoz como autores intelectuales de toda esa puesta en escena. Pero estos dos nunca han admitido si “formaron” aquella barra en favor del Tochi.
Ahora bien, ese arrastre entre el público femenino también fue intentado aprovechar por otro de sus coequipos. Sucedió que tras el último pleito en el campeonato, donde León Prado venció 9-4 a Papelera Laja ubicándose en el tercer lugar del certamen, Widoycovich, literalmente, estaba “molido” después de tres duras jornadas de partidos. Lo único que él quería era ducharse, vestirse e irse a la pensión donde se alojaba el equipo para cenar porque tenía mucho hambre.
Cuando ya alistaba para irse, se le acercó otro de sus compañeros de León Prado –dato: no eran ni el Huevo ni René Muñoz. Lo que sí, era un habilidoso delantero- con una petición especial.
-Tochi, necesito tu ayuda…
-¿Qué te pasa?
-Es que invité a salir a una niña que me gusta…
-Ah, qué bueno.
-Pero me puso de condición que para aceptar tiene que ir su amiga. Y su amiga sólo va si tú nos acompañas…
-¿Estás loco? Tengo hambre, quiero llegar a la pensión antes que cierren la cocina…
-Por favor, Tochi. Es que me enamoré…
-Ya oh. Vamos…
Resignado, Widoycovich asistió a la cita doble como el escudero de aquel habilidoso delantero, quien estaba fascinado con aquella preciosa lajina. Mientras que Tochi, todo un caballero, sólo conversaba con la amiga de ella porque no pretendía nada más. Ahora bien, hay que aclarar que el panorama en Laja, en aquellos días, para “pinchar” –nota del redactor para las nuevas generaciones: “pinchar” era la previa de un pololeo formal- era… caminar por las calles de la localidad. Y sería…
Pues bien, iban muy entretenidos todos cuando, de repente, apareció de una casa una señora, con cara de pocos amigos, retando a viva voz a la chiquilla de la cual el romántico delantero se había prendado. “¡Gloria, qué te creí, cabra de moledera! ¡Es tarde para qué andes en la calle! ¡A entrarse!” dijo la dama, con alto volumen agarrando a la lolita, de una, hacia su hogar, Ni alcanzó a despedirse de su enamorado hockista.
Ante eso, Jorge Widoycovich le dijo a la amiga que la iban a dejar a su casa de forma inmediata para evitar problemas. Y mientras el enamorado delantero trataba de consolar a su roto corazón, el pobre Tochi tuvo que bancarse el hambre… porque cuando retornaron ambos a la pensión la cocina había cerrado hacía rato.